En el artículo del domingo de El País sobre Twitter, se hablaba de cómo la fuerza de las relaciones ha vencido al anonimato en la red. Así es.
Vivimos días extraños. Los neandertales de internet sabemos y hemos vivido tiempos donde el alias y el pseudónimo era nuestra forma de ponernos cara en la red. Donde los avatares elegidos para representarnos no se parecían mucho a nosotros. Donde entrábamos en los foros con total atrevimiento, amparados en el anonimato.
El escenario es nuevo. Firmamos con nuestros nombres y apellidos. Colgamos nuestras mejores fotos. Opinamos sin pudor sobre lo que no somos expertos. Retransmitimos nuestra vida. Elegimos amigos virtuales que nos acompañan y a los que nunca hemos visto.
Roto el pudor, es muy fácil que triúnfen iniciativas en la nube. Lo que antes nos asustaba por privacidad, ahora nos atrae por coste y disponibilidad. Usar Google docs para nuestros documentos, Flickr para nuestras fotos o WordPress para nuestro blog son la punta del iceberg, aplicaciones que dan paso a una nueva era, donde dispondremos de más software libre y almacenaremos todo en la red, precisamente para mayor seguridad y utilidad de nuestros datos.
Nacen empresas que aprovechan este espacio, como Twindocs, con la idea de guardar total privacidad para nuestros documentos en la nube, y otras que explotan la «privacidad 2.0»: en Unience o Mint puedes elegir compartir tu cartera o tus gastos, siempre sin decir quién eres, para comparar los datos de tu vida con las vidas de usuarios similares.
Es en la combinación donde ganamos. En ese mix de privacidad y estadística encontramos información útil y real. Un gran profesional y compañero, Julio San José, experto en Seguridad informática, compara el acceso a nuestros datos privados con una caja cerrada envuelta en un muro de metacrilato. Solo nosotros podemos ver lo que hay dentro, y los demás solamente ven la caja. Y nadie puede tocarlos realmente. Eso si, el metacrilato tiene que ser a prueba de bomba…